Científicos desmienten la posibilidad de revertir el envejecimiento mediante el trasplante de órganos.

Declaraciones recientes que sugieren que los trasplantes de órganos múltiples podrían otorgar la juventud eterna y prolongar la vida hasta los 150 años suenan a fantasía. Sin embargo, estas afirmaciones han reabierto una cuestión científica crucial: ¿es la trasplantología capaz no solo de salvar vidas, sino también de revertir el proceso de envejecimiento? Los expertos ahora ofrecen una respuesta definitiva, basada en los datos científicos más recientes.
La idea de rejuvenecer mediante el trasplante de órganos, aunque tentadora, tiene raíces históricas profundas pero infructuosas. Ya a principios del siglo XX, entre hombres adinerados era popular un procedimiento charlatán de trasplante de «glándulas de mono» (testículos de primates), que prometía restaurar la virilidad y las fuerzas vitales. Un siglo después, este sueño resurgió en forma de experimentos de biohacking, como las transfusiones de plasma de donantes jóvenes. Sin embargo, esta práctica, inspirada en experimentos con ratones donde se conectaban los sistemas circulatorios de animales jóvenes y viejos, no ha demostrado efectos rejuvenecedores significativos en ensayos clínicos en humanos. Además, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE. UU. (FDA) ha calificado explícitamente estos servicios comerciales como no probados y potencialmente dañinos. A pesar de esto, la fantasía de que la juventud se puede embotellar y administrar por dinero sigue viva.
La trasplantología moderna no es una herramienta para alcanzar la inmortalidad, sino un campo médico de alta tecnología que salva vidas cuando un órgano vital falla irreversiblemente. El procedimiento requiere una cuidadosa selección del donante, el examen de los órganos para detectar enfermedades y una terapia inmunosupresora de por vida.
El sistema inmunológico del receptor inevitablemente percibe el órgano trasplantado como un invasor extraño. Sin potentes medicamentos que supriman la respuesta inmunológica, el rechazo ocurriría en pocas semanas. Sin embargo, esta misma terapia conlleva riesgos graves: debilita al paciente, haciéndolo vulnerable a infecciones y ciertos tipos de cáncer. Con el tiempo, la inflamación crónica y la cicatrización del tejido conducen al rechazo del órgano, y la ingesta constante de inmunosupresores afecta gravemente a todo el organismo. Con la edad, estos riesgos solo se agravan. Un sistema inmunológico debilitado, una regeneración tisular lenta y un aumento general de la inflamación de fondo en las personas mayores reducen significativamente las posibilidades de éxito de los trasplantes repetidos. Los especialistas subrayan que la propia biología del envejecimiento crea barreras insuperables para la idea de «rejuvenecer reemplazando mecanismos viejos por nuevos».
La extrema escasez de órganos de donantes es otro argumento de peso contra el uso de trasplantes como terapia antienvejecimiento. En casi todos los países del mundo, miles de personas esperan durante meses y años para una operación y la búsqueda de un donante ideal, y la demanda supera constantemente la oferta. Esta escasez da lugar a un horrendo mercado negro, donde los órganos son extraídos de las poblaciones más vulnerables.
Los principios éticos de la trasplantología dictan que cada órgano donado debe ser asignado a quien obtendrá el máximo beneficio y una prolongación de una vida de calidad. Utilizar un recurso tan escaso para operaciones de «rejuvenecimiento» planificadas en una persona cuyos propios órganos aún funcionan sería no solo inmoral, sino que también socavaría la confianza pública en todo el sistema de salud.
Para superar la escasez, los científicos investigan direcciones como la xenotrasplantación (trasplante de órganos animales) y el cultivo de órganos en laboratorio. Sin embargo, estas tecnologías están todavía lejos de la aplicación masiva y no resuelven el problema fundamental: el envejecimiento es un proceso sistémico que afecta a todas las células del organismo, y no simplemente el desgaste de «piezas» individuales.
Finalmente, el principal obstáculo en el camino hacia la supuesta inmortalidad sigue siendo el cerebro humano. A diferencia del corazón o el hígado, no puede ser reemplazado. Es el cerebro el que define la personalidad, la conciencia y la memoria de una persona, y también está sujeto al envejecimiento — neurodegeneración, disminución de las funciones cognitivas y procesos inflamatorios. Incluso si existiera una tecnología para reemplazar todos los demás órganos, el envejecimiento del cerebro seguiría siendo una barrera insuperable.
«El sueño de la juventud eterna a través de los trasplantes no es un avance científico, sino un reflejo de nuestra reticencia a aceptar un hecho simple: el envejecimiento no es una falla mecánica», concluyen los expertos. «Es un proceso biológico complejo y programado, una parte inherente de la propia existencia humana».







